La Nación: Los clásicos del barrio
24/10/2025
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El barrio está cambiando. Lo digo yo, que no nacà acá, no me crie acá, no aprendà a andar en bicicleta con rueditas acá ni me tomé el primer colectivo acá, pero el barrio está cambiando. Cerró la remiserÃa que atendÃa a la vuelta, cerró la tintorerÃa que estaba justo pegada, cerró la panaderÃa que estaba a ahà a dos pasos de la esquina, esa que nunca tenÃa facturas ricas ni tortas para recomendar, pero con el pan cumplÃa. Mignones, flautitas, cremonas. Cerró la peluquerÃa de la otra cuadra, a la que no iba nunca pero sà una vez en medio de un capricho y funcionó. Cerró el supermercado chino que estaba enfrente del supermercado que todavÃa está. ¿Dónde cierra un chino? Acá cerró. Cerró también ese restaurante famoso por su mollejas y de ventanas redondas. Cerró el local de la costurera, ella me hacÃa los ruedos de los pantalones que me quedaban largos y me ajustaba las cinturas de las polleras que me quedaban grandes. El barrio está cambiando, sÃ, y no quiero. Las cuatro o cinco cuadras que tengo alrededor me alcanzaban para resolver mis cuestiones básicas: necesito ir para allá, estoy apurada, no llego en colectivo, me tomo un remis; vienen las chicas a cenar, lo resolvimos a última hora, voy a cocinar ñoquis, voy a comprar el pan acá nomás; qué lindo el montgomery que me regalaste, me queda divino, lo voy a llevar a la tintorerÃa asà lo estreno.Mi barrio está cambiando y creo que entendà lo que pasa. Se está quedando sin clásicos. En el local en que funcionaba el chino pusieron un gimnasio que no tiene ni un aparato. Es un gimnasio en el que los que se anotan hacen ejercicio con su cuerpo y ya. En el lugarcito en que la costurera tenÃa su negocio, siempre relleno de olor a tela, sacos en perchas, pantalones doblados y cordones de zapatos de colores que vendÃa y que jamás vi a nadie comprar, pusieron un despacho de arepas. Eso solo. Un ventanal, un cartel enorme en letras con brillos, una mesada y una carta para elegir entre arepas rellanas de porotos negros, carne mechada, plátano, pollo, palta. En la peluquerÃa a la que fui una sola vez armaron un negocio de manicurÃa y hacen uñas en punta, uñas con piedras que brillan, uñas con muñequitos que entran en una uña, uñas con flores doradas. Ahora no sé dónde voy a llevar el acolchado a lavar, menos mal que ya no como tanto pan porque deberÃa caminar más para conseguir lo que tenÃa a metros, tampoco sé cómo resolver lo que la señora rubia resolvÃa -de tanto que iba éramos un poco amigas-, quién me va a cambiar los elásticos vencidos, voy a tener que aprender a coser y eso que lo único que sé es reforzar botones de camisas, pero lo voy a tener que hacer y quizá de paso ya deba aprender a tejer no porque tuviera una tejedora cerca, no, esa está lejos, es mi madre, que si lo pienso resulta inigualable, pero tendré que aprender a manejar agujas y cuántas cosas más si esto sigue. Porque como se fue la remiserÃa se podrÃa ir el dÃa de mañana la farmacia de la otra esquina y después la ferreterÃa pegada a la torre de mitad de cuadra y por qué no la verdulerÃa de los chicos que ya me saludan al pasar y dónde voy a comprar los tomates, cómo voy a hacer para conseguir las gotitas que me pongo cada vez que me duele el oÃdo, para qué quiero hacer gimnasia con mi propio peso si ya no voy a tener dónde comprar comida. Palermo está cambiando tanto. Por suerte los árboles siguen y están bien verdes. Hace unas semanas eran apenas ramas secas con las que se podrÃa haber prendido fuego el mundo pero ahora están luminosos. El barrio no. El almacén de abajo lo muestra. Hace quince años, cuando llegué, habÃa una marca que lo avisaba pero no le presté atención. El cartel olvidado de un local que nunca vi abierto. Es negro y dice: What a Movie videoclub y delivery. Aún sigue acá.
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