A los 55 años, la mejor jugadora argentina de la historia habló sobre su reconciliación con el tenis, la relación con sus rivales, cómo escribir y cantar le sacaban presión y su pasión por el ciclismo
PARÍS (enviado especial).– En el ecosistema de las redes sociales, tantas veces desmedido, se utiliza mucho la palabra “aura” para distinguir a personas (famosas o no) que irradian luz propia o despiertan veneración. Sin embargo, trasladado al llano, la realidad muestra que no abundan los individuos que reúnen todas (o casi todas) las características para ser descriptos así. Gabriela Sabatini las agrupa, claro. Deportista extraordinaria, de una técnica tenística poética; cálida y sensible, respetuosa y tímida (con los años, cada vez menos), generosa (por detrás de los flashes) y creativa, emprendedora y siempre en movimiento, discreta en su intimidad y protectora de los suyos.Gaby cumplió 55 años el mes pasado. Tiene muy presente cuándo fue la primera vez que visitó París: en 1984, para culminar una gira juvenil, en la que ganó el torneo junior de Roland Garros, venciendo en la final a la búlgara Katerina Maleeva por 6–3, 5-7 y 6-3. Regresó al año siguiente, ya como profesional, logrando un récord de precocidad en el Abierto francés, llegando a las semifinales (¡con 15 años!), en las que cayó contra Chris Evert, entonces 2ª del ranking. Lo que Gaby no logra calcular es cuántas veces volvió a pisar la capital francesa. Se ríe (con una contagiosa carcajada) de sus propios olvidos. Lo que sí sabe es que la ciudad le genera cosquilleos, le mejora el ánimo.Sabatini, una de las atletas argentinas más destacadas de la historia, llega al encuentro con LA NACION en un hotel de la rue Vernet, a 300 metros del Arco de Triunfo y a la vuelta de la avenida Champs-Élysées, varios minutos antes de lo pautado. “Esta ciudad me encanta. Creo que fui disfrutándola cada vez un poquito más, con el tiempo. La primera vez que vine tenía sólo trece y cumplí catorce estando acá, y en ese momento no te das cuenta de la dimensión de la ciudad. Tampoco podíamos verla, disfrutarla o recorrerla, porque estábamos jugando, yo en juniors. Me encanta caminar por las calles, perderme... hay tantos lugares, tantos barrios que tiene, tan hermosos. De noche es espectacular cómo está iluminada”, describe, radiante. “París siempre ha sido una ciudad que me dio energía, motivación. Es como que pisás París y es hermosa, una se siente muy bien, tiene cosas que hacen recordar a Buenos Aires también. La comida, ni hablar: me encantan los chocolates, los macarons. Disfruto mucho de ir a comer afuera”, añade. –¿Qué recuerdos tenés de tu primera visita a París? –Veníamos de una gira. Yo estaba con Mercedes Paz, teníamos el mismo entrenador [Patricio Apey]. Y veníamos desde Sudáfrica, después pasamos por Niza, Montecarlo, Milán, varias ciudades en Italia, la Copa Bonfiglio, y terminó acá la gira. Increíble estar ahí. Estaba mi padre, también; había llegado un par de semanas antes. Nuestro entrenador también llegó en las últimas semanas, así que veníamos con una experiencia bastante importante; nos había pasado un montón de cosas con Mercedes. Primero, el hecho de hacer una gira tan larga a esa edad; ahora lo pienso y digo «con trece años...», je. Las dos solitas. Mercedes tenía 17. Éramos muy chicas. Pero yo sabía que quería hacer eso: jugar al tenis, viajar, jugar los torneos. Y sí, pasamos momentos difíciles. Viajábamos de tren en tren, teníamos dos bolsos gigantes. Me acuerdo llevándolos, sin rueditas (sonríe). Y teníamos que quedarnos a dormir en la estación a veces. Tuve una infección en un oído; era tarde, como las dos de la mañana. Y Mercedes, tratando de encontrar un lugar para comprarme algún remedio. Después, ella perdió todo lo que había llevado de dinero, documentación. Y momentos, también, de soledad. Pero estaba tan feliz en la cancha que me olvidaba de todo. Después salía y empezaba a extrañar... mi casa; hablar con mi familia; mi perro, que se llamaba York. Extrañaba eso, pero entraba en la cancha y me olvidaba de todo. Eso era lo loco.–Y en momentos en los que la comunicación era más compleja.–Totalmente. Era difícil hablar con mi familia; lo hacía cada tanto. Era entre difícil y costoso. Donde encontrábamos un teléfono, a veces en el club o en el hotel, hablábamos, con cobro revertido. O algún teléfono público por ahí.–Un año después volviste a Roland Garros, entraste en el main draw y llegaste a las semifinales contra una figura, Chris Evert.–Sí, ese año pasó de todo. Fue una transformación inmediata, porque estaba jugando entre profesionales y llegar a las semifinales de Roland Garros al año siguiente [desde ganar el torneo junior] era increíble. Sentía que todo iba acompañando, que la evolución era natural, porque en el momento en el que empecé a jugar entre profesionales ya empezó a irme muy bien. Entré en el ranking profesional en el número 74, me acuerdo. Y eso, obviamente, me dio acceso a jugar los cuadros principales y a ganar partidos. Está ese famoso torneo de Hilton Head, en el que les gané a varias de las primeras y terminé jugando la final contra Evert [en abril de 1985]. Y terminé en París jugando la semifinal contra ella. No tenía dimensión de la situación.–No eras tan consciente.–Yo... tenía en mi cabeza ese momento, jugar ahí, competir, que era lo que más me gustaba. Quizás me olvidaba un poco del entorno y de lo que significaban estar ahí, ese público... El público de París es muy demostrativo, siempre lo sentí muy bien. Obviamente, tenía a Evert del otro lado, y con mucha madurez y experiencia me ganó el partido [6-4 y 6-1]. Pero fue increíble estar ahí.–Se cumplen 40 años de ese momento.–[Lanza una carcajada] No hablemos de edades, ja.–¿Te gusta mirar atrás o ver videos de tu carrera? –Sí, me gusta mucho ver videos de cuando jugaba. No lo hacía o no lo hice cuando dejé de jugar [en 1996] y después, de a poco, empezó a gustarme mucho. Y hoy en día me detengo a mirar un poco los videos, los puntos; hoy me gusta verme jugar.–¿Es parte de tu reconciliación con el tenis? En 2015, antes de una exhibición con Mónica Seles en Nueva York, estabas distanciada de la raqueta y dijiste en LA NACION que te habías “amigado”.–Sí. Pienso que es un proceso. Es una evolución. Cuando dejé de jugar estaba un poco agotada psicológicamente. Y después, con el tiempo, empecé a vivir, a exponerme a la vida, si bien siempre traté de mantener y hacer las cosas que me gustaban, pero era difícil por las limitaciones de estar jugando. Empezás a acostarte más tarde, a comer cualquier cosa. Era eso: a la mañana, despertame y decir «uy, no tengo que ir a entrenarme». No tener que levantarme a tal hora; esas cosas tan simples son las que estoy disfrutando. Por eso digo que es un proceso que, con los años... No sé si la palabra es ‘amigando’, pero sí, volví a disfrutarlo, a estar en contacto y a darme cuenta de que el tenis es mi vida. El tenis es una gran familia. Cada vez que vuelvo a algún torneo y me encuentro con exjugadoras de mi época siento que es eso: que acá estamos otra vez, qué lindo encontrarnos, qué lindo hablar hoy desde otro lugar, y más desde lo personal, desde lo que sentimos.–Lo dijo Rafa Nadal en el homenaje en Roland Garros: que en esta etapa, ya retirado, disfruta y valora el camino, más allá de la rivalidad.-Sí, ya no está la competencia. En ese momento estamos compitiendo por lo mismo, nos veíamos en los vestuarios, pero cada una con su historia, con su grupo, con sus entrenadores. Y hoy en día ya está, todo eso se fue.–¿Mantenés contacto con Steffi Graf, Arantxa Sánchez Vicario, Martina Navratilova...?–Sí, estoy en contacto con casi todas ellas. Con Steffi hablo cada tanto. Bueno, con Monica [Seles]. Con Martina; hace poquito la vi. Con Mary Pierce, con Iva Majoli, con Mary Joe Fernández. Nos hablamos bastante y quedamos en vernos, en armar algo juntas; está bueno.–Como amiga y embajadora de una fundación que lucha contra el cáncer de mama, te habrá impactado la batalla que dio Navratilova contra la enfermedad. –Sí, totalmente. La otra vez hablaba un poquito con ella sobre eso y el espíritu que tiene, más que nada. La fortaleza mental que tiene Martina, en todo sentido. En la cancha, lo que era, y fuera, lo que es. Y creo que eso hizo que pudiera sobrellevar esto. Nadie está exento de estas cosas y el tema es cómo lo encaramos. Como digo siempre: la importancia de prevenirlo, de hacernos los estudios. En ese sentido me impactó mucho lo de Martina, lo de Chris también [Evert superó un cáncer]. Es lindo verlas y verlas bien.Sabatini suelto tiene el pelo y viste de blanco: musculosa, pantalón y zapatillas. Sentada en un sillón de género gris, sonríe, gesticula armoniosamente, narra. Afuera llovizna. Otra vez aparece Roland Garros en la charla. Jugó el torneo once veces, entre 1985 y 1995; en cinco ocasiones fue semifinalista. Campeona del US Open 1990, le habría gustado conquistar la terre battue.“Desde chiquita lo miraba como un torneo muy importante. En Argentina crecimos en el polvo de ladrillo, viendo a Guillermo [Vilas], y el objetivo era ganarlo, por todo lo que significaba, por la tradición. Era el torneo, en mayúsculas, para los argentinos. Era el momento distinto”, apunta Gaby.–Te dio alegrías, pero también te lastimó, como con la derrota ante Mary Joe Fernández en los cuartos de final de 1993 [Gaby estuvo 6-1, 5-1 y 40-30, pero perdió por 1-6, 7-6 (7-4) y 10-8].–Superar ese partido con Mary Joe me llevó, te diría, varias semanas, porque yo sentía que en ese torneo estaba jugando muy bien, que tenía grandes posibilidades de ganarlo.–El tenis puede ser cruel: hasta el último punto no hay definición. –Es así. Por eso hasta el último punto el partido no está terminado. Cualquier cosita puede cambiar el rumbo y por más que vayas, no sé, 6-0 y 5-0, te desconcentrás o te vas del partido... Es muy mental. O el otro hace algo que te saca del partido y puede cambiar totalmente. No hay nada garantizado.–¿Tenías cábalas para enfocarte?–Trataba de no tener rutinas ni atarme a nada porque iba a volverme loca. Los tenistas hacemos mucho eso. No sé... Ir siempre a la misma ducha. Pero trataba de no atarme a eso, porque empezás a limitarte. No tenía cábalas. Quizás alguna, pero no era algo habitual.–¿Cómo eran tus rutinas de entrenamiento?–El tenis tiene un período corto de descanso. De eso hoy hablan los jugadores: no hay mucho tiempo libre. En otros deportes tenés períodos de dos meses. En el tenis está bastante limitado y es algo que, cuando jugaba, decía querer cambiar. Te desconectás una semana, dos como mucho, y ya tenés que empezar otra vez, con la pretemporada. Eso fue evolucionando. Incluso en mi época empecé a agregar gimnasio, que al principio no hacía tanto. Yo antes corría o hacía ejercicios de resistencia más prolongados y después fui acortándolos. Hacía cosas más cortas y más intensas, más explosivas, y eso me ayudó un montón. Sentí un cambio importante.–¿El brasileño Carlos Kirmayr, a quien viste hace poco en San Pablo, fue el coach que más te ayudó a desconectarte y eliminar la presión?–Sí, [la de] Carlos fue una época bastante importante, en la que tuve buenos resultados. Lo que hizo fue esto de sacarme la presión del circuito, de los partidos, de hacer que yo me conectara con cosas que me gustaban fuera de la cancha. Y eso me traía más energía, me cambiaba el aire. Entonces, después yo volvía mejor. Lo hacíamos constantemente y me hacía muy bien. A Carlos lo veo, siempre lo encuentro en algún lugar diferente. Ahora nos vimos en San Pablo, por un evento de Roland Garros junior. Vino a saludarme, estuvimos hablando un ratito. Recordamos los buenos momentos. A veces él me manda imágenes del pasado, de algún torneo.–¿Es verdad que durante un torneo te permitió cumplir el sueño de cabalgar en la playa?–Exacto. En Amelia Island. Era un sueño salir a andar a caballo en la playa y ahí había playa. Terminé de jugar un partido a la tarde y Carlos me dijo: «¡Vamos! Vamos a andar a caballo». Y como todo era posible siendo quien era, lo conseguimos enseguida [sonríe].–¿Qué lectura hacés del tenis femenino actual y en comparación con tu época?–El tenis fue evolucionando. Las raquetas, las pelotas... ¡Las canchas! Yo las veo superrápidas hoy en día. Es mi sensación desde fuera. Los físicos de las chicas. Y la potencia: eso fue evolucionando un montón. Hoy ves un tenis muy agresivo, pegan todas muy fuerte. A mí me gusta un tenis más de variedad. Entonces, cuando sale alguna jugadora que tiene ese talento de manejo, como Ons Jabeur, me gusta; [Karolina] Muchova también. Ahora hay una estadounidense, Hailey Baptiste, que me gusta mucho. Taylor Townsend; me encanta la mano que tiene. Y creo que ese juego es muy eficiente ante las jugadoras de potencia. Es increíble lo que están pegándole a la pelota, cómo están sacando. Me encanta la frescura de [la italiana Jasmine] Paolini en la cancha: le trae al tenis algo muy lindo, algo diferente, alegría.Los problemas de salud mental ya no son un tema tabú en el tenis profesional. Los mencionan los tenistas no tan populares y las superestrellas. Sabatini cambia el tono de voz al referirse a este asunto, informada sobre el dramático posteo que en marzo pasado hizo el argentino Federico Gómez, que hasta habló de “pensamientos suicidas”.“Sí, vi lo de Federico, y está bueno que él hablara. Supongo que le habrá hecho bien expresarlo –dice Gaby–. Son situaciones por las que todos los tenistas, o la mayoría, pasamos. Antes no se sabía tanto porque no se hablaba así, y hoy se visibiliza, se expresa. Está bueno, porque es la realidad. Y se habla de cómo sobrellevarlo, porque no es fácil... Son muchas las presiones. Hoy, con las redes sociales y la comunicación, eso está potenciado por mil. Entonces, es mucho más difícil. Es positivo que se visibilice y se respete”.–¿Cómo te habrían afectado los maliciosos comentarios en las redes sociales, sobre todo por lo tímida que eras cuando jugabas?–[Sonríe] No sabría decirte. A veces lo pienso y digo: «Bueno, sí, yo era muy tímida, muy introvertida. No sé si habría hablado tanto o me habría manejado como hoy». No sabría decir. Creo que hay que saber usar las redes, porque pueden ser algo muy positivo. Pero hay que saber poner el límite, en qué momento usarlas. Sería más sano.–En ese momento, ¿con quiénes hablabas o te desahogabas?–Y, era difícil. Muchas veces recurría a escribir porque me costaba hablar. Era verdad que a veces me resultaba difícil encontrar con quién hablar. Por momentos trabajé con algún psicólogo. Pero recurría mucho a escribir. Me gustaba mucho la música, también. Me gustaba cantar y fue una de las maneras en las que aprendí inglés. Escuchaba canciones en inglés y la mujer de mi entrenador era norteamericana y yo le consultaba: «¿Qué dice acá?». Me ayudó a aprender el idioma. Tenía mi libro donde escribía mis cosas, lo que me pasaba y lo que sentía, y eso me ayudaba.–Hoy las redes sociales están muy vinculadas con los fenómenos mediáticos y los personajes masivos, como Franco Colapinto. Tener un equilibrio es clave, ¿verdad?–Sí, fundamental. Fundamental el equilibrio, y más cuando suceden estas cosas tan repentinas. Pensá que Franco tiene 22 años, está en un lugar que Argentina desde hacía mucho no tenía, el de un piloto en la Fórmula 1, teniendo la historia que tenemos. Entonces, es increíble esta oportunidad, estar entre los veinte pilotos del mundo... Pero hay que sobrellevar todo lo que viene detrás. Por eso es importante tener un buen entorno. No dejar de conectarse con las cosas que a él le gustan, que lo hacen sentirse bien.–Lo conociste hace poco en España.–Sí. Tuvimos un encuentro y fue superlindo. Me encantó conocerlo, tiene un carisma muy especial. Me pareció supertranquilo, relajado. Charlamos un poquito.–¿Le hiciste preguntas vinculadas con los autos?–Sí, le pregunté varias cosas [sonríe]. Porque a veces es difícil saber lo que pasa. Me contestó y una va aprendiendo un poco más; es interesante. Cada vez me gusta más la Fórmula 1, empecé a ir cada vez más a las carreras. Me encantan la velocidad, ese ruido del auto y todo lo que pasa alrededor. Tuve la posibilidad de ir al garaje cuando estaba en plena carrera y es increíble la preparación de los mecánicos. Cuando cambian las ruedas es increíble el profesionalismo. Son segundos... Depende de eso cómo le irá. Son muy meticulosos y cada área es 100% importante.–¿Te gusta conducir?–Sííí... Me encanta. Toda la vida me gustó. Me fascina.–¿Cómo aprendiste a manejar? –Compré mi primer auto en Estados Unidos. Allá ya podía manejar a los 15 con un acompañante y a los 16 tener el registro. Lo compré todavía sin saber manejar con cambios. Aprendí enseguida. Me encantan los autos, me gusta todo lo que es manejar.–En el archivo de tu carrera hay una frase de Diego Maradona en una revista El Gráfico de 1990, en tiempos en los que se te exigía mucho. “Gabriela no se discute; se ama”, sentenció. Tuviste un vínculo especial con él.–[Sonríe] Sí. Qué grande Diego... Era extremadamente especial, tenía un corazón como nadie. Yo no conocí otra persona que tuviera ese corazón. Y siempre estaba, siempre estaba ahí. Lo conocí en este torneo junior de Roland Garros, cuando yo tenía 14 años. Estaba jugando y de repente vi a Diego [lanza una carcajada]. No podía creerlo. Y me gritaba. No podía creer que estuviera ahí con Claudia [Villafañe]. Después fuimos a almorzar juntos; fue un momento inolvidable.–¿Cómo te golpeó su muerte? ¿Dónde estabas?–Estaba en Miami en ese momento. «No, no, no puede ser. Diego tiene que vivir para siempre». Pensás que nunca va a llegar ese momento. Sí, fue muy fuerte.–Uno cree que esos personajes son inmortales.–Sí. Era tan de estar presente todo el tiempo, tan alegre, tan divertido, tan inteligente... Ni hablar de lo que era futbolísticamente.–Y amante del tenis.–Y amante del tenis. Del deporte en general y del tenis, sí.–¿Hoy te sentís más querida o reconocida que en alguna época de jugadora, cuando recibías críticas injustas?–No, creo que eso fue transformándose. Tanto por parte de la gente como por parte mía. La relación fue transformándose y hoy en día es maravillosa. Disfruto muchísimo cuando me encuentro con la gente; me gusta hablar. Me gusta ponerme a conversar. No sólo el contacto, sino hablar en la calle, preguntarle. Antes no lo hacía por diferentes motivos. Y hoy me gusta conectarme con las personas. Me he encontrado con muchas historias; me pasa muchas veces que no puedo seguir hablando porque me emociono y no puedo contestar. Es así. Es increíble cuando te transmiten eso, lo que significaste y la emoción que te transmiten.–¿Eras consciente del contagio que generabas cuando jugabas?–No. Muy difícil ser consciente y ver ese otro lado. Una siempre está concentrada en lo que está haciendo. Por eso digo que fue una transformación.–Parte de ese vínculo con la gente se vio en exhibiciones en las que participaste últimamente en Argentina. Una de ellas, el año pasado, en la despedida de [Juan Martín] Del Potro, que contó que estuviste cerca de él en los momentos difíciles.–Sí, siempre tuvimos buena onda, contacto, y en los últimos años nos acercamos muchísimo. Fue dándose. Habiendo hecho lo mismo y sabiendo lo que podemos sentir y lo que vivimos, todo fue más fácil y fluyó. Nos acercamos mucho. Él también, un poco, definiendo lo de su lesión, viendo qué era lo que le pasaba, definiendo para dónde tenía que ir. Y lo acompañé un poco en ese proceso. Finalmente, el año pasado hizo su despedida. Fue muy lindo acompañar, estar con él y con Novak [Djokovic]. Fue increíble lo que hizo al venir y estar con su amigo.–Esos momentos de incertidumbre que atravesó Del Potro fueron muy complejos, ¿no?–Sumamente complejos. Yo, afortunadamente, no tuve grandes lesiones, pero imagino, por lo que vi a través de él, que es muy difícil. Querer seguir jugando y tener una lesión... Además, no eran lesiones leves, sino de gravedad, teniendo que recurrir a una cirugía. Al sacarte eso del circuito por un tiempo, ya es muy difícil volver. Mentalmente va agotándote, quemándote.–El ciclismo hoy ocupa una gran parte de tu rutina.–Arranqué hace unos cuantos años; de hecho, hice algunas etapas en el Tour de Francia y alguna que otra carrera. Después bajé un poquito la intensidad y volví hace unos años. La bicicleta da una sensación de libertad... como cuando era chica. Me gusta que permite recorrer y conocer desde otro lugar. Me gusta el café, entonces voy hasta un café, me pongo recorridos, conozco y me encanta. Y la uso como modo de entrenamiento. Es un tremendo deporte, fortalece un montón las piernas, y me despeja. Armamos un muy lindo grupo, con el Pampa Martín Ferrari, que es entrenador del equipo paralímpico de ciclistas, y ya el año pasado hicimos la vuelta al Lago de Garda con todos los del equipo, y este año fuimos adonde estaban. Tenían un campeonato mundial cerca de Udine, entonces fuimos a acompañarlos y a entrenarnos unos días. Santi Lange también vino; Ceci Carranza, Juan de la Fuente... Hugo Porta también. Somos unos cuantos. Es relindo estar con ellos, compartir; en la bici vas hablando también, entonces reúne muchas cosas.–En marzo pasado posteaste muchas fotos, en bicicleta y camuflada con el casco y anteojos, en distintos sitios simbólicos de Buenos Aires. ¿Cómo fue la experiencia?–Fue un sueño recorrer Buenos Aires de noche con la bicicleta. Era uno de mis planes. Además, estaba bastante vacía la ciudad, era más fácil transitarla, con linda temperatura; fue durante el verano.–¿El teatro y la música siguen ocupando una porción grande en tu vida?–Sí, me encantan; la música siempre va a ser parte de mi vida. Sigo cantando [sonríe]. Y queriendo conocer las cosas nuevas que van saliendo. Y el teatro, también. En Buenos Aires voy bastante seguido. Me gusta apoyar a algunos actores y actrices que conozco, me gusta verlos. Sigo yendo a recitales. Fui a ver a Dua Lipa en Zúrich, también a Coldplay cuando tocó en River. Voy a la cancha [de River] también; me encanta. ¿Gallardo? Sí, lo conocí en algún evento, pero no pude hablar mucho con él.–¿Cuál es tu secreto para verte tan bien? Debe de ser una de las preguntas que más recibís.–[Sonríe] No sé, no hay secretos. Creo que lo importante es hacer lo que a una le gusta dentro de las posibilidades, seguir el instinto de lo que una quiere hacer y después, lógicamente, la dieta. La nutrición es bastante importante. Una dieta balanceada. Y hacer deporte, obviamente.Pasaron más de cuarenta minutos de charla. Gaby necesita agua y ansía un café. Sigue lloviendo, incluso con más intensidad. Ella no se inquieta: se coloca una fina campera de tono camel, toma un paraguas del lobby del hotel y acepta ir a caminar hasta el Arco de Triunfo, en la plaza Charles de Gaulle, para la producción fotográfica. Camina con brillo en los ojos, el mismo de la chica que pisó la ciudad hace cuarenta y un años. Sonríe, disfruta, contagia. Es única.
» Fuente: La Nación
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